Rollin' into Fashion // CARO ORTIZ
- Felipe Rodríguez-Mattern
- 20 jun 2024
- 1 Min. de lectura
Actualizado: 15 abr
Carolina siempre había sentido una profunda conexión con la música. Desde pequeña, sus días estaban llenos de melodías y ritmos que la acompañaban en cada paso. Creció admirando a las bandas de rock clásico que su padre solía escuchar, y pronto, su amor por la música se convirtió en una parte esencial de su identidad.
Fotografías de Felipe Rodríguez-Mattern ©

Ahora, años después, ese mismo amor la acompaña cada atardecer mientras se desliza por las suaves pendientes de su ciudad sobre su longboard. Con auriculares que la aíslan del mundo exterior y la conectan con un universo de armonías, Carolina transforma las calles en escenarios íntimos donde cuerpo, tabla y sonido se funden en una sola coreografía. Sus movimientos no son sólo técnicas de danza urbana, sino una especie de interpretación física de cada nota, cada acorde que vibra a través de sus huesos.

Hay una elegancia feroz en la forma en que se desplaza: el viento acariciando su rostro, las ruedas trazando dibujos invisibles sobre el pavimento, y su silueta danzando como si obedeciera a un pentagrama secreto escrito por los astros. Carolina no solo escucha música: la vive, la encarna, la expande. Y en esa fusión de pasiones —el deslizar cadencioso del longboard y la eternidad etérea de una canción— encuentra su forma más pura de libertad.

Porque para Carolina, el arte no se elige: se habita. Y en su caso, se desliza con gracia sobre ruedas mientras el alma canta.

Carolina Ortiz







